(spoilers ahead; reseña para leer una vez
hayan visto “Sicario”)
Hay
películas que laten en tu interior de manera intensa después de haberlas visto.
“Sicario” es una de ellas. Es lo que provoca el buen cine. No voy a escribir
aquí sobre la geometría de su guión (cuya autoría, por cierto, corresponde a
Taylor Sheridan, actor de experiencia en el campo televisivo que aquí debuta en
la escritura para largometraje), pero sí de algunos detalles sobre su hipnótica
y expresiva realización (con fotografía de Roger Deakins), algo que no nos coge
por sorpresa porque ya habíamos tenido ocasión de disfrutar con el cine de
Denis Villeneuve: el estremecedor drama “Incendies”, la muy interesante “Enemy”
y el ejemplar y absorbente thriller “Prisoners”. En todas ellas se capta un
cuidado muy de agradecer por la imagen (después de todo, esto es cine, ¿no?),
la planificación, la atmósfera, el hacernos sentir, en definitiva, que estamos
presenciando algo real; así, nos creemos la tragedia de esos dos hermanos que
buscan a su progenitor, la odisea de ese profesor que un día se encuentra a
alguien idéntico a él y la angustia del padre que busca a su hija secuestrada.
Los mecanismos cinematográficos que articula Villeneuve nos desconectan de la
realidad para sumergirnos en universos paralelos con vida propia, ficticios,
sí, pero de manera indiscutible reflejo del mundo en el que respiramos.
En “Sicario” seguimos la historia de una joven y
eficaz agente del FBI reclutada por una agencia con mayor poder para combatir
el narcotráfico. Y ese es el punto de vista que mantenemos a lo largo de la
película. Esto provoca que el desconcierto, la confusión y la frustración que
siente el personaje, al que da vida Emily Blunt, se traslade al espectador. Como
ejemplo queda esa escena rodada en un lejano plano general estático donde la
protagonista discute con el cerebro de la operación, que interpreta Josh
Brolin, y le reclama mayor información sobre lo que realmente está sucediendo
en la misión que llevan a cabo. Tan distante se rueda la secuencia que nos
quedamos casi tan confusos como la propia agente, tan alejada de la verdad a
esa altura de la película como nosotros, los espectadores, de ellos al
contemplar la enérgica discusión.
El poderoso trío de actores protagonistas se
cierra con un enorme Benicio del Toro, en el papel de asesor de la operación
gubernamental dirigida por Josh Brolin, un personaje de pocas palabras pero
muchas miradas, inquietantes y definitorias. Y hay que hablar, claro, de cómo
están rodados esos viajes de ellos tres, junto al resto de miembros
involucrados en la misión, de Estados Unidos a México: con la frialdad, detalle
y precisión de un viaje espacial. Casi parecería que estuviésemos en un viaje
interplanetario, en lugar de un simple recorrido de pocos kilómetros para
cruzar la frontera. Con exquisitos planos aéreos, siempre acompañados de una
precisa banda sonora, Villeneuve nos introduce en su nave espacial y nos invita a hacer este recorrido que nos ubica en
el centro de la trama (dicho lo cual, no es de extrañar que sus próximas dos
películas como director estén vinculadas a la ciencia ficción: “Arrival” y la
muy esperada secuela del clásico “Blade Runner”, con un cast que cuenta con Ryan Gosling y el regreso de Harrison Ford
interpretando de nuevo a Rick Deckard; es indudable que sir Ridley Scott ha
tenido aquí un excelente ojo a la hora de elegir sucesor en el puente de mando).
“Sicario” es cine. De alta graduación. Uno se
pregunta por qué no se llevó todos los premios importantes de la temporada,
frente a otros títulos que difícilmente podrían aguantar el tipo ante el
desarrollo de esta historia que, desde sus primeros minutos, capta la atención
del espectador por lo que cuenta y cómo lo cuenta.
Fascinante es su conclusión, donde el personaje
de Benicio del Toro ya ha revelado su verdadero rostro y ha ejecutado con
frialdad matemática su misión (asesinatos de un capo, su familia,
guardaespaldas…), y ahora necesita la firma en un documento de la joven e
idealista agente del FBI para que todo quede ajustado a cierta legalidad. Por supuesto, nuestra protagonista se resiste,
sus principios se lo impiden, pero los métodos del sicario son incontestables y, a pesar de todo, ella termina
estampando su nombre en el papel. Antes de irse, él le dice que no salga a la
terraza porque no le va a gustar lo que va a ver. Pero está claro: tan pronto
él se va, ella busca su pistola y sale a la terraza para encañonarlo en la
distancia; el sicario, gracias su exterminador
sexto sentido, siente que ella le tiene a tiro. Y se detiene. Quizá para ver de
qué madera está hecha. Pero la joven agente del FBI no es una asesina. No
dispara. Asume lo que ha hecho: sabe que ha sido utilizada y que no puede hacer
nada por cambiar las cosas. Benicio del Toro continúa caminando y se va. Ella
permanece en la terraza. Está viendo a una joven idealista derrotada y
engañada, que sabe que jamás podrán exterminar el crimen organizado que se
mueve entre las fronteras. Y, como él ya había advertido, lo que ve no le gusta.
Cine.
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